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La romántica Brasil de Telé Santana

Luis Miguel Hinojal 21 de agosto de 2022

El 20 de septiembre de 2017 se cumplieron veinte años del derribo de Sarriá, la antigua casa del Espanyol. El estadio barcelonés vivió grandes batallas no sólo a nivel de clubes sino también en cuanto a selecciones se refiere. Allí cayeron grandes equipos como la Argentina de Maradona y, sobre todo, la Brasil del 82.

 
Brasil 1982 - Revista Líbero
 

El cantante paulista Celso Viáfora, renovadora figura de la música popular brasileña, le pone voz a una canción, ‘A cara do Brasil’, que compuso en 1999 con su colega bahiano Vicente Barreto. Le canta a un paisaje de contradicciones y dualidades. Le canta a los contrastes de un país que sufre desgracias y padece miserias con la misma intensidad que saca la mejor de sus sonrisas cuando exhibe su fabulosa alma creativa. Y le canta al fútbol, como fenómeno ilustrativo de las infinitas paradojas brasileñas: “Brasil, Mauro Silva, Dunga e Zinho, Que é o Brasil zero a zero e campeão. Ou o Brasil que parou pelo caminho: Zico, Sócrates, Júnior e Falcão”.  El contraste entre el pragmatismo ventajista y la grandeza no necesita traducción. ¿Seguro que la gente sólo recuerda a los campeones? Aquella selección brasileña que a primeros de junio del 82 era recibida con música de samba en la megafonía del aeropuerto de Sevilla, se marchó del estadio barcelonés de Sarriá el 5 de julio despedido entre lágrimas con una pancarta que decía: “Gracias, Brasil. No siempre ganan los mejores”. ¿Que Brasil perdió con Italia? “Peor para el fútbol”, como dijo Sócrates. ¿Que el equipo de Telê no levantó la Copa? “Peor para la Copa. Ella se lo pierde”, sentenció el grandioso cronista Armando Nogueira. El fútbol musical y la belleza que Zico, Falcao, Sócrates, Junior, Cerezo, Leandro y compañía desparramaron por el Benito Villamarín, el Sánchez Pizjuán y el estadio de Sarriá llevaba la firma de un alma sensible. La rúbrica de un maestro de fútbol y de vida. Telê Santana, originario del estado de Minas Gerais (Itabirito, 1931), que había condensado toda la herencia de la edad de oro del fútbol brasileño para configurar una obra de arte y ensayo desde el banquillo de la selección. La admiración que aquella asamblea de artistas del 82 provocó era un motivo de orgullo que todo brasileño exhibía en las situaciones más inesperadas.

 “Gracias, Brasil. No siempre ganan los mejores”. ¿Que Brasil perdió con Italia? “Peor para el fútbol”, como dijo Sócrates. ¿Que el equipo de Telê no levantó la Copa? “Peor para la Copa. Ella se lo pierde”

El gran Chico Buarque, un patrimonio nacional, todavía se muere de risa cuando rememora que en un viaje por Marruecos se hacía pasar por un supuesto exjugador que había sido suplente de Sócrates en el mundial de España. Pocos taxistas y camareros se lo creían, pero el fútbol le daba pie a iniciar cálidas conversaciones. El periodista y profesor Alberto Dines, que suele definir a Brasil como un “país-estadio”, explicaba tras el mundial de España en la revista Placar lo que la dimensión ética de Telê y su obra suponen: “Quiero ver a Telê en la presidencia de la República. ¿Saben por qué? Porque tiene categoría para perder. Fue siempre el técnico más aplaudido por la prensa internacional después de cada partido. Él comprendió el alma brasileña sin teorizar ni adoctrinar. El fútbol-arte que ofreció Brasil, ovacionado por el italiano Bearzot y un crack como Cruyff, no es un modelo formal: es una reproducción de nuestra naturaleza. Telê, discúlpenme, tiene mucho de Juscelino Kubitschek (presidente del país entre 1956 y 1961 y considerado casi como el padre del Brasil moderno). Quiero gente como Telê al mando de mi destino como ciudadano. Nunca me obligué a ser victorioso. En lugar alguno de mi agenda está consignado ganar. Abomino del triunfalismo imbécil y aplastante. Si hubiéramos ganado este mundial del 82 habría sido una campaña sublime. Perdimos con tal dignidad que roza la victoria. Telê es el gran espejo de nuestro lado bueno. Exactamente lo que necesitamos para recolocar

la pelota en medio del círculo central y, sin mirar el marcador, jugar para una remontada”. Muchos años antes de que Telê fuera nombrado seleccionador nacional en 1980, ya era una figura respetada en Brasil por su pasado como futbolista. En los primeros años 50 fue ascendido al primer equipo del Fluminense. Su impacto fue tan grande que el célebre periodista Mario Filho convocó un concurso en el periódico Jornal dos Sports para buscar un apodo a la altura de la nueva revelación del equipo carioca. Era un extremo delgado como un junco, de buen nivel técnico, y además sacrificado y perseverante hasta el punto de que el apelativo que le impuso la torcida fue el de “Fio de Esperança (hilo de esperanza)”. No fueron pocos los partidos que el joven Santana resolvió con jugadas agónicas. Permaneció 12 años en el club, y nunca vistió la camiseta de la selección. En Brasil esa posición era entonces propiedad privada de divinidades como Garrincha o Zagallo.

Brasil 1982 - Revista Líbero

FIEL A LA ÉTICA

Con el paso del tiempo y una sensibilidad singular para entender y trasmitir la esencia del juego, se convertiría en una figura emblemática que dictaría cátedra en los banquillos de algunos de los más grandes clubes de Brasil. Fue un fundamentalista del juego elaborado. De la capacidad técnica y el conocimiento del juego como medidas de evaluación del jugador. Un técnico exigente hasta límites difícilmente soportables, pero también muy cercano a sus jugadores: A los más humildes les obligaba a controlar sus gastos. A que ahorraran para que la fama y el éxito no se devoraran la cuenta corriente. Podía permitir un error, pero jamás una traición a la ética: “Si es cuestión de mandar a mi equipo a matar una jugada dando patadas o ganar con un gol robado, prefiero perder el partido. Si un jugador mío hace una falta demasiado violenta por detrás, el árbitro no necesita expulsarlo. Yo mismo lo saco del campo.” Siempre se puso del lado de los jugadores cuando había reivindicaciones colectivas. Es difícil encontrar a nadie que no ensalce su humanidad, el sentido de la decencia que presidía sus actos y una inquebrantable lealtad a los mejores valores del fútbol. Le importaba, y mucho, el resultado, como a todos. Pero le importaba más la forma para alcanzarlo, y eso le hacía diferente y le hacía conectar con el gusto popular. Luego llegaría el banquillo de la selección. El mundial 82. Primero un sambódromo de césped instalado en Sevilla. Y después, un vestuario del estadio de Sarriá en el que tras la derrota ante Italia Telê sólo tuvo convincentes palabras de agradecimiento y confianza hacia un grupo de jugadores anímicamente devastado que con el tiempo han pasado a la historia por la puerta más grande: la del reconocimiento de la gente. Pocos años después le llamaron de nuevo para dirigir a la canarinha casi por aclamación popular.  Por primera vez en la historia de Brasil un técnico derrotado en un mundial era el elegido para estar al mando del equipo en la siguiente gran cita. A México 86 llegó la seleçao con varias figuras del 82 lejos de su mejor forma, pero con la idea colectiva intacta. Brasil cayó en cuartos de final ante Francia por penaltis.

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Como citar

HINOJAL, Luis Miguel. La romántica Brasil de Telé Santana. Ludopédio, São Paulo, v. 158, n. 22, 2022.
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