Si las cábalas futboleras funcionasen, todos los partidos terminarían empatados. Es que en el fútbol latinoamericano, tierra de santos, profetas y demonios, una superstición bien hecha vale más que un delantero afilado. Los ejemplos llegan al infinito: el mismo calzoncillo azul del arquero colombiano René Higuita; la camiseta que Pelé regaló y tuvo que exigir en devolución ante su sequía de goles; Goycochea orinando antes de atajar penales; o la negativa de Bilardo, para él y sus jugadores, de comer pollo antes de los partidos. Para el fútbol, la suerte se construye. En Argentina, nación rendida ante los encantos y maldiciones de su deporte más popular. Algo de eso verán en Lila.