Es de consenso público identificar a los ultras del fútbol como un mal social: una disfunción. Esta común perspectiva se basa en describir un síntoma. Porque las gradas del estadio son una representación social de las distintas posiciones estatutarias que ocupan los aficionados. Tal escenario es uno de los escasos lugares donde algunos jóvenes pueden ocupar un rol protagonista, contrariamente a su narrativa social, que es débil e itinerante.